Sobre el abandono de sí mismo

 

Sobre el abandono de sí mismo

Autor: Ibn ‘Atâ’ Allah al-‘Iskandari

 

 

El problema del Decreto Divino y de la libertad humana es uno de los que más afectan a toda religión. A pesar de que en el Islam la respuesta esta implícita en el propio significado del término (entrega a la Voluntad Divina), Ibn ‘Ata’ Allah profundiza y analiza cómo se plantea ese conflicto y cuáles son los diferentes aspectos del tadbîr que seduce e ilusiona al hombre.

La universalidad del sufismo ha vivificado las formas del Islam desde sus orígenes hasta nuestros días. Sus principios derivan de las mismas fuentes de la Fe transmitidos y conservados a través de los mejores hombres en el conocimiento y la experiencia espiritual de la comunidad musulmana.

El término sufismo —
tasawwuf— nace de una designación popular (el que se viste de lana) por la que poco a poco se fue conociendo a estos hombres, de exterior íntegro y de interior absorto, desde los primeros siglos de la era musulmana. Sus maestros sufíes han sido portadores e intérpretes de la realidad espiritual que encierra la Revelación. Con su estado y con sus palabras transmitieron como aguadores, a los hombres sedientos de la Verdad, lo que estos necesitaban para desarrollar sus posibilidades espirituales. El lenguaje, la forma y los medios que utilizaron se adaptaron a las circunstancias y condiciones que cada lugar y tiempo exigían. De ahí que aparezcan una gran variedad de métodos y de enseñanzas que son las vías, turuq (sing. tarîqa), que han caracterizado el sufismo y que han influido, a veces, sobre sociedades enteras.

Hacia mediados del S. XII, uno de estos grandes maestros, el
shaij Abû-l-Hasan as-Shadilî, nacido no lejos de la actual ciudad de Ceuta, fundó una nueva comunidad sufí, la tarîqa shâdiliya. La doctrina y el método espiritual de esta nueva comunidad se extendieron de inmediato principalmente por todo el norte de África. Desde entonces esa ha sido, en sus múltiples ramas, la vía del sufismo más conocida en el occidente musulmán.

Un sufí de origen hispanomusulmán, Abû-l-‘Abbâs de Murcia, enterrado en Egipto, fue el primer sucesor del shaij Abû-l-Hasan. Aunque ambos maestros tuvieron numerosos discípulos e indiscutible reconocimiento, no dejaron apenas nada escrito de sus enseñanzas orales. La función de portavoz y de comentador de la
tarîqa shâdiliya le correspondería a Ibn ‘Atâ’ Allah, discípulo y sucesor del shaij Abû-l-‘Abbâs.

Nuestro autor nació a mediados del S. XIII en Alejandría y murió en el Cairo en 1309. Se dedicó de joven al estudio de las ciencias religiosas, hecho que si en un principio le resultó, como él mismo cuenta, un obstáculo para iniciarse en el sufismo, le permitió más tarde convertirse en un maestro del sufismo y de la Ley Islámica a la vez, ocupando un puesto en la universidad religiosa de Al-Azhar para enseñar las ciencias legales, fiqh, mientras ejercía la función de guía espiritual. A diferencia de sus maestros, Ibn ‘Ata’ Allah escribió una serie de obras para difundir el mensaje con el que sus dos antecesores habían dado un nuevo impulso a los principios del sufismo. La primera de sus obras, escrita en vida aún del
shaij Abû-l-‘Abbás, fue un conjunto de aforismos, Hikarm[i], muy leídos y apreciados en los medios religiosos del Islam, que han dado lugar a numerosos comentarios[ii]. Estas breves sentencias resumen los principios de la vía espiritual con la belleza y la elocuencia de un estilo literario que se adapta perfectamente al lenguaje de la alusión y comprensión intuitiva que la caracterizan.

Otra obra suya, el
Lata’if al-minan (Las sutilezas de la gracia), es una ‘historia’ de la tariqa shadiliya narrada a través de la vida y los estados espirituales de los maestros anteriores.

At-tanwiru fi isqat at-tadbîr, que hemos traducido por “Sobre el abandono de sí mismo”, es una obra de madurez que explica cuáles son las condiciones de la servidumbre humana ante Dios requeridas para lograr la plenitud de la realización espiritual.

Estas son las palabras del shaij, el imám, el gnóstico, el modelo auténtico, la corona de los que están asistidos por el Conocimiento Divino, el portavoz de los teólogos, imám de su tiempo y sin par en su época, ejemplo de los antepasados y guía de sus descendientes, modelo de los iniciados y de los que tienen la certeza, Tay ad-din Abû Fal Ahmad b. Muhámmad b. Abd al-Karim b. ‘Ata’ Allah al-‘Iskandari, que Dios esté satisfecho de él, y nos haga estar satisfechos y sacar provecho de él a nosotros y a todos los musulmanes. Él es Quien escucha y responde a nuestra súplica.

 

Alabado sea Dios sin par en la Creación y en el Designio, tadbîr, el Único en decretar y ejecutar, Soberano sin igual. Él es el Oyente, el Vidente, sin copartícipe alguno en Su Reino, a Quien nada, grande o pequeño, se Le escapa; el Santísimo, cuya perfección no admite equivalencia posible; absolutamente Puro en Su Esencia, Incomparable; el Omnisciente, a Quien ningún pensamiento se oculta, “¿no ha de conocer todo Aquel que lo creó? Él es Quien todo lo penetra, el bien Informado” (C. LVII.14); el Sabio, cuya ciencia abarca el principio y el fin de todas las cosas; el Oyente, a Quien llegan igual las voces que los susurros; el Proveedor; que agracia a la criatura con el don de Sus alimentos; el Mantenedor; que cuida de todos los estados; el Dispensador; que da la vida a las almas por medio de la existencia; el Todopoderoso, que las hace volver tras su muerte; el Registrador; que ha de retribuirlas el Día de su llegada ante Él por sus buenas y por sus malas obras